Pasaban las tres en el reloj y seguía allí sentado, intentando poner en palabras, cada idea y cada pensamiento. Pero cada vez era más difícil porque ya estaba todo intentado y todo borrado.
Apago la luz y se quedó a oscuras, miró hacia la calle por la ventana que tenía detrás de él. Estaba nevando. Con cada copo que caía, se alejaba más de las palabras que tan ansiosamente buscaba y se sumía en el mas absoluto silencio. Lentamente fuera se hizo todo blanco.
Un coche pasó por la calle, dejando tras de sí una marcada rodadura. Dos líneas paralelas, perfectas e impecables, que iban profanando el suelo, rompiendo la armonía y rasgando el perfecto manto blanco.
Sin ni siquiera guardar lo escrito, cerró de un golpe el portátil. Todo era ya oscuridad en el interior de la habitación. Y allí se quedó mirando como caía copo tras copo, mientras la rodadura del coche se fue borrando lentamente.
Se acercó a la chimenea y pendió fuego a los arrugados trozos de periódico que se amontonaban bajo la leña. Las sombras se volvieron más negras y sobre los cristales de la ventana, el reflejo de las llamas parecía bailar entre los montones de nieve que se acumulaban fuera.
Y es que, en el más absoluto silencio, el fuego y el hielo, conviven y compiten por su parte de cristal, como parte irreal de un mismo reflejo.
Sobre el escritorio la luz del móvil parpadeó. Tenía un mensaje. “De veras que lo siento... tu sabes que te quiero”.
Volvió al portátil, lo abrió y comenzó a escribir.
Sobre la nieve que había en su alma y sobre el fuego que consumía su vida. Escribió también sobre unas rodaduras asesinas, que con el tiempo se borran con nada nuevo copo caído. Y de como el amor y el engaño, conviven y compiten, como reflejo irreal, en un mismo momento.
Con el amanecer el fuego se fue apagando y la nieve fue barrida por la lluvia, dejándo totalmente empañado el cristal de la ventana.
Pero fué el mensaje el que murió, simplemente borrado.
En una extraña noche, donde irónicamente, las palabras fueron las que volvieron a ganar su eterna batalla, sobre el amor y el engaño... sobre el hielo y el fuego.
Apago la luz y se quedó a oscuras, miró hacia la calle por la ventana que tenía detrás de él. Estaba nevando. Con cada copo que caía, se alejaba más de las palabras que tan ansiosamente buscaba y se sumía en el mas absoluto silencio. Lentamente fuera se hizo todo blanco.
Un coche pasó por la calle, dejando tras de sí una marcada rodadura. Dos líneas paralelas, perfectas e impecables, que iban profanando el suelo, rompiendo la armonía y rasgando el perfecto manto blanco.
Sin ni siquiera guardar lo escrito, cerró de un golpe el portátil. Todo era ya oscuridad en el interior de la habitación. Y allí se quedó mirando como caía copo tras copo, mientras la rodadura del coche se fue borrando lentamente.
Se acercó a la chimenea y pendió fuego a los arrugados trozos de periódico que se amontonaban bajo la leña. Las sombras se volvieron más negras y sobre los cristales de la ventana, el reflejo de las llamas parecía bailar entre los montones de nieve que se acumulaban fuera.
Y es que, en el más absoluto silencio, el fuego y el hielo, conviven y compiten por su parte de cristal, como parte irreal de un mismo reflejo.
Sobre el escritorio la luz del móvil parpadeó. Tenía un mensaje. “De veras que lo siento... tu sabes que te quiero”.
Volvió al portátil, lo abrió y comenzó a escribir.
Sobre la nieve que había en su alma y sobre el fuego que consumía su vida. Escribió también sobre unas rodaduras asesinas, que con el tiempo se borran con nada nuevo copo caído. Y de como el amor y el engaño, conviven y compiten, como reflejo irreal, en un mismo momento.
Con el amanecer el fuego se fue apagando y la nieve fue barrida por la lluvia, dejándo totalmente empañado el cristal de la ventana.
Pero fué el mensaje el que murió, simplemente borrado.
En una extraña noche, donde irónicamente, las palabras fueron las que volvieron a ganar su eterna batalla, sobre el amor y el engaño... sobre el hielo y el fuego.
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