martes, 1 de mayo de 2012

En un pasillo de una vieja estación de metro todas las tardes se ponía tocar el arpa un señor asiático. Como lo hacía tan maravillosamente y yo siempre iba tan deprisa, junto con el Metrobus preparaba un euro en el bolsillo de mi chaqueta. Cuando llegaba junto a él, me paraba un segundo y le dejaba la moneda en la funda del arpa. No siempre había monedas en aquella funda...

Con el tiempo además de la moneda le daba las buenas tardes, pero yo nunca oí su voz, se limitaba a hacerme una reverencia con la cabeza y a sonreírme. No sé como explicarlo pero oírle tocar unos minutos, entre escalera y escalera, hacía que cambiara en mi cabeza el modo trabajo por el de vida. Daba igual lo dura que hubiera sido la jornada, en aquel momento, con la música de aquel arpa y la paz que irradiaba aquel hombre, el mundo giraba y se convertía en algo mucho mas espiritual y amable. Quedaban atrás el mundo del dinero y la codicia, el mundo de la rivalidad y la supervivencia, para dar paso a la belleza creada por unas manos de origen lejano y la melodía de su arpa.

Durante unos minutos mi mundo dejaba de ser frenético y las matemáticas, tantas veces frías y crueles, se convertían en algo dulce y cálido. Podía entender como la dualidad de este mundo de imperfectos humanos, que puede ser capaz de cometer los mayores atropellos, también es capaz de sobrevivir por la paz que se propaga al tocar las cuerdas de un arpa.

Una tarde cuando bajaba por las escaleras oí como sonaba una música moderna de un CD y la voz de un chico que aporreaba una guitarra. Vi como subía por la otra escalera mecánica el músico con su arpa a cuestas. El se fijó en mí y yo en él. El me sonrió y me hizo una leve reverencia. Yo le sonreí y le dí las buenas tardes...

Hoy se ponen a pedir monedas todo tipo de músicos y artistas ese pasillo del metro... y desde hace meses no he vuelto a verle. Ahora cada vez que veo por la televisión una orquesta con arpa, miro a ver que músico la toca, porque un día llegué a pensar que aquel músico no estaba allí por las monedas que pudiera conseguir... o quizá sí... pero la música de aquel arpa, tocada por aquellas manos, tenía algo muy especial. Era capaz de poner aquellos minutos de paz y sosiego que necesitaba cada tarde mi corazón, antes de volver a casa.

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